22 julio 2008

En los teatros se podría hacer incluso teatro



La danza contemporánea cuando resulta inexpresiva, oportunista, saturada de filigranas, arabescos mistificados o, se presenta como una maraña de movimientos abstrusos, casi nunca logra hacernos sentir, pensar con el corazón. Y el teatro de estereotipo frívolo, banal, con arraigo en tramas asépticas o moralizantes, rara vez cala o nos deja tocados y pensativos. Con estas premisas parece lógico suponer la existencia de un tipo de teatro y danza aquiescente, que renuncia a sus capacidades creativas, comunicativas, de expresión y reflexión para someterse al dictamen de un público que opta por el escapismo.

No soy nadie para enjuiciar actitudes, de manera que éste artículo no te parezca displicente, de rechazo hacía obras teatrales y de danza contemporánea que se marcan como único reto, el divertimento y la distracción de un público poco predispuesto a digerir obras muermo mal representadas, de enjundia existencialista.

Sé que hay que dar cabida a una demanda, y que hay personas que sienten como se les escapa la vida satisfaciendo rutinas, inmersos en preocupaciones reales, resolviendo problemas acuciantes. Desde luego estas gentes si van a encerrarse en un teatro, es para soñar, para evadirse, para romper con la monotonía y detener durante unos instantes sus vidas.

¿Por qué avergonzarse? Reconozcámoslo. ¡Sí! Hay espectáculos gestados desde las preferencias sociales, estéticas, culturales, económicas, que representan valores, conductas, que determinan pautas de comportamiento. ¿Y para qué ocultarlo? Espectáculos rehenes de la complacencia, compañías teatrales sin otro fin que el del permanente éxodo hacía la búsqueda de la subvención pública. ¡Te aseguro que no estoy bajo el influjo del lúpulo! Sólo que hay situaciones… ¡joder que cabrean! El teatro actual estará aquejado de múltiples dolencias, pero a mí me preocupa un factor ante el cual permanecemos amnésicos, se trata del cisma de la irrupción mercantil, crematística, de la que emergen chalanes y filibusteros del cambalache que han avocado algunos grupos teatrales, a emprender una diáspora que les conduce a la pérdida de esencia, de identidad y de libertad creativa a cambio de su supervivencia.

El presente del teatro público por estos andurriales no es más halagüeño, soporta el estigma del dirigismo o intervencionismo político. Quienes ostentan los cargos de responsabilidad administrativa, gestión o dirección, salvo honrosas excepciones lejanas en el tiempo, son gente advenediza sin más virtud o mérito curricular reconocible, que el de la legítima designación o credencial política.

Me pongo a soñar. Sueño que los teatros se transformaran algún día en laboratorios de vida, en lugares donde podremos buscarnos, encontrarnos y entendernos. En sitios donde la gente acudirá para comprender y redescubrir el mundo. Mientras aguardo la llegada de ese día, vivo en un eterno sueño que me permite escapar de una realidad que no deseo.

15 julio 2008

DISEÑADORES DE SOMBRAS


Hace bien poco que nos hemos asomado a observar el escaparate de las artes escénicas de Donostia -entiéndase Dferia- En el ámbito en el que me muevo, me ha dejado "impactado" la ausencia absoluta de mimo y cuidado en el tratamiento técnico de algunas de las obras presentadas. Nos han desquiciado las carras estrepitosas, luces que cambiaban caprichosamente como queriendo batir algún record, luz salpicando los ornamentos y la draperia del proscenio, el empecinamiento en la colocación de focos a vista arrogándose de antemano la complicidad del público, sembrados de señalizaciones en escena para hipermétropes….pero no es esto lo que quiero contarte. Supongo que por el título ya lo habrás adivinado. Las sombras de autor.

¿No te ha ocurrido nunca? Estás viendo una obra de teatro y tienes la impresión de que pasan cosas que luego realmente no suceden. Son las sombras arrojadas, lanzadas sobre cualquier parte del escenario y el arco de proscenio. ¿Es justificable el argumento de que la sombra es el resultado inevitable de la luz? Está claro que la sombra sólo se produce ante la presencia de luz y la luz es necesaria dirigirla sobre aquello que necesita verse.

Pienso que para el que ve, la oscuridad es una parte de la luz y la sombra una consecuencia que debe manejarse adecuadamente, reduciéndola a proporciones imperceptibles, a menos que formen parte del personaje. Pero cuando los haces de luz cruzan de lado a lado el escenario, cuando no están convenientemente filtrados, cuando se los programa con un flujo luminoso inadecuado, cuando el foco de luz ataca unidireccional y con angulaciones inapropiadas, cuando se disponen en ubicaciones inverosímiles, entonces y sólo entonces, van a originar profusión de sombras intensas vagando por el escenario o estampándose contra la escenografía.

En ocasiones las sombras son un recurso para crear escenas de incertidumbre, misterio, tenebrismo, instantes tormentosos…. o premeditadamente para jugar al despiste. Pero me asaltan las dudas cuando incluso en lo que podríamos calificar de pasajes prosaicos, donde no hay ni la más remota aparición de escenas oníricas o de lirismo, las sombras siguen hostigadoras, amenazantes, distrayentes, atropellándose entre ellas.

Y es que en ésta Dferia hemos visto obras teatrales con predominio de luz de calles, que han originado sombras actuando, actores/actrices robándose la luz, de repente estaban y no estaban. Mientras permanecían sus voces. Sombras impostoras, monocromáticas, histriónicas, que han adquirido tanta relevancia que parecían suplantar al actor. El espectador ha asistido a funciones donde los actores/actrices entablaban soliloquios con sus sombras. Ante ésta "nueva" tendencia de incorporar luz de calles en teatro (incluso donde no caben), hemos visto a luminotécnicos bregar combates con la irreductible rebeldía de las sombras, y a actores/actrices en dura odisea para realizar los mutis sin destrozarse las piernas.

La sombra siempre se muestra perseguidora, no figura en el elenco, ni se publicita en el cartel ni en el programa de mano, tampoco cotiza a la seguridad social ni en el régimen especial de actores.
Existe un tipo de sombra con la que actores/actrices deben competir, se trata de la traicionera, la de ademanes tránsfugas, la que atrae atenciones, miradas, la que parece rivalizar en escena por el aplauso. Ésta sombra cuando es diseñada por el iluminador recibe el tratamiento de cuestión conceptual, y por lo tanto se trata de una virtud, un merito, de todo un logro, porque son sombras con autoría, con copyright. Cosa bien diferente acontece cuando el que interviene en el montaje es el conseguidor de sombras (luminotécnico), si aparecen sombras no pensadas irrumpiendo en escena a golpe de Goo, ¡entonces compañero, las sombras se tornan ilegales, desprestigiadoras! O como diría Txetxo, ¡es que eres un paquete!

Cualquier luminotécnico con cierta sensibilidad sueña con que surja una nueva generación de actores/actrices con el gen del heliotropismo, como esto no va a ser posible, preferirían reemplazarlos por girasoles… captan, sienten, buscan la luz y además son hermosos. Para el público vidente, cuando los actores/actrices interpretan en zonas oscuras, en baches de luz, es como si no se les oyera….es como si voces alegóricas vinieran de vete a saber tu donde… ¡que no se oye! –No- ¡que no se ve! -codazo directo a los riñones y un susurro proveniente de la butaca de al lado- ¡Eh mira, una sombra huidiza…y otra…otra…otra!

08 julio 2008

La importancia del lenguaje hablado



En cualquier actividad profesional existe un léxico, algo así como una codificación que posibilita el entendimiento entre profesionales pertenecientes o vinculados al mismo gremio. Y el teatro no está exento de ésta jerga, pero si afectado desde hace algún tiempo por la pérdida del lenguaje y la corrupción de las palabras. El desconocimiento de los vocablos teatrales en generaciones provenientes de otros sectores artísticos, en mi opinión, está propiciando la intromisión de terminología ajena a las artes escénicas y la desaparición de semiótica teatral. ¿Cómo?


- En el argot del teatro existe el libreto o guión técnico, pero la ¿escaleta? No aparece en los diccionarios teatrales Akal, CAT, Javier Dotu, ni en el RAE, ni en el Diccionario de Autoridades. Además carece de trayectoria teatral.

- A la escotadura lo llaman agujero.

- Al escafurcio. ¡jó, que cagada!

- Hay quien no diferencia un monologo de un soliloquio.

- La gatera parece ser un garito guay donde los maquinistas purgamos las penas.

- A la guindaleta para ensamblar dos trastos la llaman cuerda. Al maromillo, cuerda gorda.

- A la ferma, ¡y si ponemos una tabla!

- La desaforada. ¡joder, no sé que habéis hecho pero se ve todo!

- Hay quien aún cree que la corbata en teatro, es aquello que un actor se coloca alrededor del pescuezo.

-Al ambigú lo llaman bar. ¡y eso jode! Los tramoyistas sabemos que le quita categoría y que bar es palabro (si, palabro) malsonante. Sin embargo ambigú, es lugar de encuentro, de pavoneo social, donde las relaciones y las cogorzas se democratizan… ¡uhm!

- ¡No! ¡No! Una carrera no es un destrozo en tus medias, ni un trayecto en taxi.

- ¡Oye, quién ha guindado los bastidores! El de seguridad porfía que del teatro no han podido salir. El está siempre vigilante.

- Situémonos; Comedia del Arte. El viejo Pantalón está bien. -¡Si, además ahora se llevan así, es la moda!

- Hay quien no comprende cómo se puede colgar un rompimiento, ¡sin antes arreglarlo!

- Sí, alcahueta es una señora chismosa que no sabe guardar un secreto. ¡Pero en teatro, es otra cosa!

- Algunos, cuando les hablas de acoplar y aforar, comienzan a sonrojarse y carraspear.

- Hay quien se aturulla cuando acuerdas preparar una mutación a telón corrido entre cuadros para desarmar un decorado, no para desmontarlo.

- Quien equivoca telón de boca con bambalinón, ó alcahueta con arlequín. Hay quien incluso duda de su existencia y quien cuestiona su estética.

- Un bofetón puede ser el sopla mocos que te sacuda la diva, cuando al cambiarse de ropa, observe entre cajas unos ojos indiscretos. ¡Pero en maquinaria tiene otra acepción!

- Coloca la chapera para arriostrar el bastidor. -¡eehh! ¿cómo me dices esas cosas? Tratame con más cariño.-


Conocí una vez a una rata de foso (¡ojo! es un término teatral, no ofensivo. Todo lo contrario, define la experiencia. ¡Aunque menudos 40 años de experiencia!) Que entre la gente que aparecía por su teatro, fue propagando inconscientemente dos barbarismos; guardaballeta y charcena. Cuando en realidad quería decir guardamalleta y chácena. Y así casi sin quererlo, fue formando discípulos…..

Presiento que no hago amigos. ¡Dejémoslo aquí!

03 julio 2008

Deux ex máchina



Cuando invité a una amiga actriz a leer "Pilobulus retrata la umbría", me confirmó lo que algún compañero técnico de teatro me había dicho en anteriores ocasiones - ¡Kar, no se te entiende, escribes extraño! – imagina la decepción. En el encabezamiento del blog redacto un alegato sobre el poder de convicción de la palabra, y resulta que mi escritura no transciende porque parafraseo de una manera ininteligible. Bueno, esa incapacidad de comunicar la puedo asumir, pero me hace recapacitar acerca de la inconveniencia sintáctica, porque quienes dicen incomprender el texto son mi gente, y sobre cuestiones que nos son afines. Así que acepté el reto de ser más conciso y tratar de evitar expresiones que generaran confusión o situaciones ambiguas. ¡En fin!, espero no empeorarlo.

No negaré que hay obras teatrales y coreografías de danza que necesitan de la luz, el vestuario, la música o la escenografía para expresarse y ser entendidas. Sunflower Moon de Momix no sería tan fascinante sin la puesta en escena. Si prescindiéramos de ella tal y como la concibió Pendleton, estaríamos hurtando al público la génesis de la obra. Yo no estoy rechazando la tecnología aplicada a los espectáculos teatrales o de danza, sólo mantengo que deben coexistir, nutrirse de un modo simbiótico. Estoy de acuerdo con que es preciso olvidar puestas en escena alcanforadas o encorsetadas propias de otras épocas, para poder lograr el grado de subversión hoy requerido, pero en mi opinión, no por un imperativo iconoclasta.

En estos últimos años siempre he oído la misma matraca, de cómo las artes escénicas están regidas por el subjetivismo y por cánones estéticos hasta ahora indescifrables, y por lo tanto interferir en ello significa cercenar las libertades artísticas. Bien, sé que es un tema muy controvertido, pero os debo recordar que al amparo de ésta coartada también se cobija el proselitismo más reaccionario.

Seguro que habrás escuchado más de una vez a algún rapsoda de la teorética, definir el concepto de iluminación teatral como si se tratase de un arte en términos absolutos. Reconozcamos la existencia de una componente artística, ¿y no la supeditamos a nada?, ¿al oficio?, ¿la técnica?, ¿la tecnología?, ¿el género dramático?, ¿la dimensión del espacio? Si uno no quiere ser objeto de miradas raras, ni tildado de poner cortapisas al proceso creativo, la prudencia aconseja ¡que no! Al parecer estos paridores de espacios escénicos, inventores de escenas, embelesan conciencias con sus dotes innatas.

En cualquier caso me pregunto, si detrás de tanto artificio -¿tecno narrativo?- se oculta un ofuscamiento creativo que lleva a mantener una relación con el lenguaje, carente de sinceridad. No propugno un retorno al clasicismo, pero cuando la pieza es de estilo naturalista lo menos que debe contemplar la puesta en escena es un acercamiento a la realidad, y un distanciamiento de la misma si tratamos con el surrealismo, el teatro del absurdo o el superrealismo, donde a mi parecer, cualquier desvarío en la puesta en escena que logre introducirnos en un trance alucinatorio o chute de irrealismo y ensoñación, debe ser admitido y ovacionado al despertar.

01 julio 2008

Pilobulus retrata la umbría


Hace ya bastante tiempo que Luis, un buen amigo en diferente destierro laboral al mío, coincidía conmigo que en el incesante devenir de la vida escenotécnica, resultaba difícil comprender, aunque tal vez la explicación la encontráramos en la pizca de egolatría que supuestamente lleva inherente la condición humana, de que últimamente deambulaba una saga de luminotécnicos y maquinistas, que no adoptaban un comportamiento de coparticipación en el hecho artístico, sino que ellos proclamaban con sus actos conformar el hecho artístico. Convencidos de que su labor en el montaje escénico excedía de lo estrictamente contributivo o participativo y por lo tanto cada uno en su área competencial consideraban que el desarrollo de su actividad constituía el espectáculo en sí mismo, en lugar de servir para arropar la escena.

¿Y por qué digo esto? Antes de nada anticipo que seguramente yo esté equivocado, pero mi impresión es que en la era de la tecnología, el pragmatismo, el culto a la imagen y la racionalidad, estamos asistiendo a demasiados espectáculos donde presenciamos atónitos, auténticos chaparrones de luz vertida hasta el hartazgo, donde la utilización de los efectos audiovisuales, multimedia, lumínicos, y los elementos escenográficos, en lo que hoy se denomina la puesta en escena, parecen no concebirse para interaccionar con los otrora genuinos componentes de la expresión artística. La puesta en escena se ha adaptado al tiempo actual y por lo tanto implica tecnificación, aunque como antaño lo fuera el deux ex máchina, hoy éstas nuevas técnicas son objeto de culto y veneración.


Cada vez estoy más convencido de que en unos casos, la parafernalia tecnológica acapara, disfraza o distorsiona el mensaje, pretendiendo arrebatar el protagonismo del artista, y en otros, ejerce una función usurpadora. También es cierto, que los recursos técnicos citados, cuando son adecuadamente incorporados a la historia que se quiere contar, poseen la facultad de convertir obras malas en espectáculos mediocres, obteniendo de ese modo un pseudo éxito, en mi opinión irrelevante e ilegitimo.


Parangonando a Gordón Craig, pero por motivos bien diferentes, al actor, actriz, bailarina o bailarín se les relega a cumplimentar el papel de títere o marioneta, se les trata igual que a un postizo adherido a la tramoya. Se obvia que ellos son quienes nos van hacer reír, llorar o conmover, no una atmósfera lumínica lograda o una sugerente escenografía. Te preguntarás el por qué de esta parrafada discursiva tan escéptica. ¡Es que me niego a creer que la autenticidad esté en lo complejo!, es que veo como la puesta en escena está adquiriendo una trascendencia, a veces, inmerecida, además de servir de baremo para catalogar las obras como merecedoras de ser representadas o rechazadas en determinados espacios escénicos. No me estoy refiriendo en ningún caso, a la influencia que sin duda tienen la magnitud de los formatos y por consiguiente sus costes.


Lo que quiero decirte es que existen otras formas de hacer y contar, que pueden ser más simples y al menos iguales de válidas, para trasladar emociones, pensamientos, comunicar ideas, divertir o transmitir belleza. Porque creo que de eso se trata ¿no?. ¿Un ejemplo? La compañía de danza Pilobulus. Conforman la antítesis de lo que significa una puesta en escena que fundamente su espectáculo en fastuosos artificios o grandes alharacas. Pilobulus apuesta en sus montajes por la sencillez de medios, derrumbando el mito de la puesta en escena. La esencia de sus obras reside en la expresividad corporal de sus bailarinas/es. Sin ellos/as nada existe, lo demás es prescindible.


En el video podrás observar que doblegando una mísera luz en retorcidas sombras, fenómeno que antiguamente se obtenía con un cajón de Linnebach, emergen imágenes alucinantes. Los miembros de Pilobulus en este espectáculo recurren a la contorsión y la acrobacia. Su fisonomía parece estar constituida por cartílagos y huesos de sombra.


¡Al menos a mí me lo parece!