19 junio 2008

Teatro desde la oscuridad



Quizás el título sea poco acertado ya que el grupo de teatro Oroimenak y la coral Alaia, ambas agrupaciones artísticas de la ONCE nos demostraron sobre el escenario del Antzoki Zaharra, que ellos/as no habitan en abismos de oscuridad, sino todo lo contrario, acostumbran a desbrozar caminos que les conduzcan al encuentro con espacios de claridad.

Oroimenak representó la obra de teatro en clave cómico costumbrista "Los bailes de Txomin enea" escrita y dirigida por Txema Lángara.




José es ciego e interpreta el papel de Peio, un tertuliano socarrón inquilino en la sidrería Txomin enea. A José su ceguera no le impide hacer bien su papel. Con voz profunda, entonada, el es el primero en aparecer en escena nada más levantarse el telón.

Benito nació ciego - pero yo diría que también actor - un actor camaleónico, de memoria prodigiosa. Se conoce el texto de la obra entera. Benito deja su bastón entre bastidores, no lo necesita, se mueve seguro por el escenario – y como el me dice - ¡ es que a mis personajes (guardia y motorista) el bastón les entorpece!
Benito es un superviviente. No hay actor que se precie de serlo que no haya estampado sus huesos desde el escenario en caída libre contra el foso de cualquier teatro – y Benito no iba a ser menos – representaban a Shakespeare en la sala Imanol Larzabal, y como es habitual los actores y actrices invidentes tienen que familiarizarse con el espacio, medirlo antes de comenzar la función. Pues bien, a Benito su ceguera no le intimida para escrutar cualquier recóndito rincón de la escena, de tal suerte que dio algunos pasos de más y terminó cayendo al foso – el susto resulta inenarrable- ¿estás bien Benito? - ¡ahora si! Ya estoy listo para la función.

Nora tiene una deficiencia visual, deambula inquieta entre cajas, sólo se calma cuando está actuando. El teatro parece ser su bálsamo. Nora se mete en el pellejo de una lugareña.



Ana interpreta el papel de señora cursi – ¡vaya lo que hoy conocemos como pija ! – y lo borda, tiene dicción, gestualidad y ritmo. Sólo al terminar la función, supe que Ana es ciega. Es difícil apreciarlo porque despista su naturalidad fuera y dentro de escena, porque ante cualquier situación no extravía la mirada.

Siempre me pareció que los ojos inermes de un ciego eran inescrutables, hasta ayer. En las pupilas de los actores y actrices ciegos/as de Oroimenak destellaban la ilusión y el compromiso. Para todos vosotros mi admiración y respeto por el trabajo realizado, por haber conseguido mirar con el corazón para capturar un mundo de sensaciones que os permite imaginar la vida de una manera diferente.


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